Páginas

30 noviembre 2009

La Cicatriz (II). "La princesa de cuentos de ogros"

Me da miedo esa luz tan potente, no quiero mirarla. Tengo que contar hacia atrás y obedezco. Diez, nueve…
Cuando voy despabilando escucho a mi abuela. Quiero mirarla pero algo lo impide, algo me pesa y me duele.
Me retienen las manos pero consigo tocarme.
Es un aparato extraño, una especie de corona de metal, fría y pesada, colocada en mi cabeza.
Me duelen las piernas, algo me roza y no deja que las mueva.
-Esto es la operación?- Pregunto adormecida.
Y resulta que no, que ese es un suplicio previo del que no me habían hablado.
Noto la pena en la mirada de mi madre, de mi abuela, de mi hermana que un día viaja a visitarme y abandona la habitación descompuesta.
Según pasan los meses yo me acostumbro a la pintoresca tortura. Cada ciertos días viene una enfermera risueña y coloca más peso en mis extremidades.
Ahora no estoy en la gran sala. Vivo en una habitación con tres niños más. He ido empapelando las paredes con mis coloridos dibujos y poco a poco los azulejos se ocultaron.
Me he adiestrado en beber con la goma flexible de los sueros que mi madre corta para mi ya que no puedo incorporarme.
Ella duerme muy mal, igual que las otras madres. Descansa cada noche sobre una tumbona. A las seis menos diez van todas las mujeres enfiladas esperando coger alguna que no esté rota. Mi madre y sus amigas tienen un truco y es que esconden las suyas no sé dónde.
Yo también he aprendido a tener trucos. Necesito que me muevan las piernas cada cierto tiempo para que no duela. Antes llamaba a mi madre durante toda la noche para que lo hiciera, me siento mal porque está cansada, así que ahora suspiro.
Empiezo a suspirar muy hondo hasta que la despierto. Entonces se levanta haciendo chillar la tumbona y me cambia de posición. Yo finjo estar dormida.
Tengo un clavo atravesado en cada pierna, un poco más arriba que las rodillas. De cada extremo del clavo salen dos cuerdas de las que penden pesas, al otro lado de la cama.
De mi corona de metal de princesa de cuentos de ogros, que me han clavado en la cabeza, van igualmente dos cuerdas con pesas colgando.
Los días que vienen a colocarme más peso, me aferro con fuerza a los lados de la cama y así estoy un rato, hasta que me acostumbro.
Luego vuelvo a mis dibujos.
Hay un niño enfrente de mi cama que me da mucha pena. Es un niño pequeño, tiene dos años. He escuchado a mi madre hablando con una de las enfermeras. La trabajadora social que lo visita quiere adoptarlo. Está allí por una paliza de su madre, tiene la cadera fracturada.
No sé si estará naciendo aquí mi vocación por lo social. Pero es seguro que con todas las horas que tengo al día para la imaginación, elucubro con un mundo mejor para todos los que sufren.
Porque yo no sufro, ni lloro, ni me quejo. Yo voy aceptando todo sin hacer preguntas. Eso sí, sueño con caminar.
Imágen: Joe Sorren "Asdrae"

2 comentarios :

J.J. Jacobo dijo...

Debió de ser muy duro pasar por ahí, y mucho más duro aún rememorar cada momento de dolor, imaginar como madre que eres ahora el sentimiento de la tuya, y no por tí sólamente, sino por toda la cantidad de niños que habían en ese hospital contigo. Es bello tu sueño frente a la negativa situación en la que te encontrabas, me sobrecoge la entrada, flaca. Un beso

Juan Antonio dijo...

La entrada me ha llegado al alma. Debe de ser duro pasar por todo eso. Pero saber canalizar ese dolor y dirigirlo en aliviar el del resto de personas que sufren de alguna u otra manera te engrandece. Un abrazo muy muy grande. Me gusta mucho como escribes y esa capacidad mágica que tienes para transmitir los sentimientos.

www.utopiaroja.blogspot.com