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29 noviembre 2009

La Cicatriz. "De explicaciones y lágrimas".

El primer recuerdo se quedó en el flash de un anochecer por la Avenida Marconi.
Mi madre es alta a mis ojos, pero no tanto como para no divisar sus lágrimas. La miro silente desde abajo mientras me lleva de la mano, camino a casa. Acabamos de salir de una consulta médica.
-No llores, mamá.- Le digo intentando que me cuente lo que pasa.
Ya estoy yo acostumbrada a sus lágrimas y a sus inexistentes explicaciones sobre las cosas importantes.
Y por algún misterioso artificio reminiscente vuelvo a aquel coche junto a mi hermana, hace tres años. Un matrimonio amigo de mis padres nos recoge en la piscina.
Casi no espero a que el coche se detenga en la entrada y voy corriendo hacia casa. Rodeo el jardín, se me antoja interminable.
Hay vecinos en el patio. Mi madre está tendiendo sábanas, tiene la cara enrojecida, silencio por todas partes.
Entro en la cocina, mi abuela sale a mi encuentro. Se acerca despacio, me acaricia, me dice algo.
No le creo, es imposible. Así que corro por el pasillo que conduce a las habitaciones, huelo el parquet encerado. Me asomo a su cuarto, la penumbra deja ver las sábanas descorridas en su lado de la cama.
Vuelvo por el pasillo preguntándome dónde está mi padre, qué hace toda esa gente en mi casa. En el salón encuentro a mi madre, abraza a mi hermana, me quedo observando. Siento la verdad punzando mi alma de niña pequeña y nadie me dice nada.
Me siento impotente y excluida, igual que ahora que camino con mi madre mientras llora y no dice nada, sólo que entonces no sé ponerle nombre a las sensaciones.
Lo que sí sé es que habíamos tardado mucho en aquel salón con camilla. Primero un médico, luego dos. Exploración a par y miradas serias.
El siguiente recuerdo es una gran sala con camas. Todos somos niños. Mi madre y yo hemos viajado muchos kilómetros y se presenta mucho tiempo por delante para estar allí.
Un día me da la mano una enfermera, me va paseando por el quirófano. Me lo enseña todo con voz dulce, como queriendo convencerme de perder el miedo. Y no, yo no tengo el menor miedo, quizá porque no soy consciente de lo que me espera.
El país también permanece ajeno a lo que se está gestando. En pocos meses llegará la guerra, una guerra inútil, como todas, pero ésta aún más porque no hay razón alguna para declararla.
En el hospital suelo jugar con los niños que aún no han sido intervenidos. Tenemos un pequeño jardín con muchos juegos y una sala lúdica.
Aparte de eso, me paseo por las camas contiguas y converso con los que están inmovilizados.
Mi madre toma mates con amigas nuevas, se cortan el pelo, se acompañan.
Cada tarde, a las seis, apagan las luces de la gran sala, las noches se hacen interminables.
Escucho los lamentos de algún niño, soy testigo de su dolor. Y espero...
Imágen: Frida Kahlo. "La columna rota"

2 comentarios :

J.J. Jacobo dijo...

Te pediré todos los días que escribas, a ver si tengo suerte y te leo más a menudo.
También me gustaría que continuaras con el tema de esta entrada, saber como continúa esa historia.

José Buhardilla dijo...

Me gustó visitar tu blog. Nos seguimos encontrando.