Páginas

18 febrero 2011

La Cicatriz (VII). "Elba"

La vida se muestra peculiar a veces. Momentos de sincronía que derivan en un necesario análisis de por qué están ocurriendo las cosas, mejor dicho, para qué.
Hace casi treinta años, la niña que fui aprendió a sobrellevar un padecimiento físico a base de paciencia, pero también a fuerza de amor. Entre las personas que me "enseñaron" apareció en mi mundo Elba, mi maestra domiciliaria. Un ser de luz que cada día me traía ese pedazo de mundo exterior del que yo estaba privada, la que me regaló un bolígrafo paper mate, de esos con los que puedes escribir hacia arriba, acostada como estaba yo. Era un bolígrafo mágico a mis ojos, así que dejé de utilizar el lápiz.
Mi timidez infantil no se atrevió nunca a decirle cuánto la quería, aunque ella debía saberlo, imagino que aquel poema que le escribí lo confirmó.
El tiempo pasaba con Elba junto a mi cama.
Cuando llegó el día anunciado, el médico me quitó una parte de escayola en media pierna que impedía mi movimiento. A partir de entonces pude dejar de ver el mundo desde abajo.
Empecé de a poco, me había convertido en una niña floja con un cuerpo endeble. Así que aprendí a ponerme de pie, a sentarme. Lo hacía en la orilla de la silla, y apoyaba mi cuello en el respaldo porque se caía.
Elba seguía dándome clases, ahora sentada frente a mi. Continuaba fomentando mi curiosidad, decía que me gustaba investigar y me daba trabajos en los que yo pudiera satisfacer lo único inquieto que poseía, mi mente.
Mis miembros comenzaron a tonificarse, cada día permanecía varias horas sentada y procuraba erguir el cuello. Una mañana me propuse incorporarme sola de la silla, me llevó varios intentos, tenía que ajustar mi cuerpo al peso de la escayola y controlar los mareos. Un paso tembloroso y arrastrado, otro más sin dejar de sostenerme de la silla, quedarme quieta y asustada ante el temor de caerme...
El tiempo y la constancia obraron el milagro y dejé de arrastrar la silla para desplazarme.
Los meses y mi recuperación me permitieron volver al colegio a medio curso. Todavía me quedaría el regreso al hospital y una nueva intervención, pero esta batalla la había ganado.
No recuerdo el día en que me despedí de Elba, quizá porque nunca me despedí. Le he guardado un espacio en mi memoria desde entonces. Mi corazón se enternece cada vez que voy al recuerdo que la nombra, como hace dos días en que, treinta años después, aparece en mi vida de nuevo y me trae su luz. 

Gracias por haber guardado mi poema, Elba, y gracias por hacérmelo llegar. Te dedico este capítulo de mi historia que también forma parte de la tuya. Gracias por todo.

Lejos pero cerca, con todo mi amor.

4 comentarios :

Maria Eugenia dijo...

Que linda historia, aunque pase el tiempo hay relaciones que nunca se van de nuestro corazón.
1982...hermoso recuerdo.
besos de nostalgia

Humberto Dib dijo...

Hola, Claudia, estoy visitando espacios que suelo ver en los blogs de amigos, el tuyo aparece en uno de ellos. Me pareció muy bueno, así que voy a quedarme por aquí como seguidor.
Si tienes ganas, te invito a pasar por el mío.
Un saludo desde Argentina.
Humberto.

www.humbertodib.blogspot.com

Claudia Souza dijo...

Saltar del tren: es cierto, nunca hay que despedirse de los buenos recuerdos. Gracias por estar. Más besos para vos.

Claudia Souza dijo...

Humberto: es un honor que te hayas quedado. Muchas gracias. Tu blog me encantó, me quedo también en tus lares.
Abrazo argentino desde España.