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30 julio 2009

De conexiones flash

Recuerdo aquella noche en Buenos Aires, volvía de dar clases y esperaba el autobús. Yo tenía la manía de contar y recontar las monedas del pasaje mientras me congelaba en las paradas. Eso o jugar con ellas haciéndolas saltar sobre mi mano al ritmo del tic-tac.
Cuando divisé el “colectivo” e hice la señal de stop sucedió que el dinero fue a parar al suelo. El chofer se detuvo y desde su sito me señaló alguna que brillaba en la oscuridad y yo no atinaba a ver. En un momento, tenía al conductor junto a mi, inclinado recogiendo las que faltaban.
Desde aquella noche de invierno en Argentina hasta hoy ha llovido bastante, pero estos últimos días he tenido la oportunidad de volver a sonreír ante alguno de estos detalles que cualquier desconocido te regala.
Hace unos meses tuve un incidente doméstico. Por mi casa han desfilado limpiadoras, un perito, albañiles, electricistas.. El último en irse fue un pintor. Tendría unos cincuenta años y una educación exquisita. Estuvimos hablando de literatura, de comportamiento humano, de cómo arreglar el mundo y otras ciencias. Se despidió diciéndome que había sido un placer, y realmente lo fue.
Acaban de traerme la compra del mes. El repartidor de siempre, el que llama a mi hijo por su nombre y lo ha visto desde que tenía meses, está de vacaciones. Un muchacho muy serio va entrando las bolsas, huele muy bien, va dejando el rastro de perfume con cada ida y venida a la furgoneta.
A punto de irse me señala una junta en el suelo del comedor, me dice si quiero que pruebe a que la arregle.
Lo miro atónita, y empieza a dar golpes con las manos sobre la madera del suelo. Las dos tablas vuelven a unirse y ya no se ve ninguna junta abierta. Le doy las gracias, me sonríe y desaparece tras la puerta.
A veces las pequeñas cosas de cada día siguen sorprendiéndote, sobre todo las personas. Momentos en que un ser humano le demuestra a otro la calidad que guarda en su interior.
A todos los que ignoran que los pequeños detalles son valorados y contribuyen a que no decaiga la esperanza, al chofer de aquel autobús, al pintor, al repartidor y a los que vengan, va dedicada la reflexión de hoy.

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