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20 junio 2009

De ventanas y paréntesis

Se van formulando hipótesis conforme se suceden los desencantos.
Nos sirven también los de otros. A veces parece que asistimos a una gran terapia de grupo cuando decidimos hablar de amor. Sentamos las bases de teorías contundentes y rotundas, aunque en el fondo dejamos la puerta abierta a la excepción. Si no hay excepción matamos la esperanza.
Guerreros de luz difusa, no saben contra qué pelear. Devastados de la vida, incluso, colgados de algún pasado, cualquiera. Lo importante es seguir anclados. Más de uno cree que la hora grande ya ha sido, que nada maravilloso es dable de esperar. Como si la vida pudiera detenerse en las personas que pasaron por ella. Como si el océano se mantuviera suspendido recordando la ola que rompió. Ajados y anclados, como un barco quieto.
Algunos se disfrazan de arrabal y pretenden cantar milongas, no saben que este tango es único y hay que ser muy valiente para adentrarse en él.
Los que están del otro lado no entienden de amores perros. Ignoran la tristeza que deja el abrirse y enseñar hasta las tripas, de la mirada perdida entre la ventanilla del autobús y la calle, y que se puede masticar el olvido mientras le muestras los tractores de la Gran Vía a tu hijo.
Sigo pensando, más allá de decepciones, que todo se reduce a selección natural.
Mario decía que la culpa es de uno cuando no enamora, y no de los pretextos ni del tiempo.
Una vez más no encajo, pero tengo por seguro que tampoco encajan.
Y seguir incombustible pese a las despedidas.
No se puede vibrar siempre al unísono, en el mismo nivel y con la misma intensidad.
Delirios virtuales o reales, ya sin hipótesis, vuelvo a las trincheras de mis sábanas, cierro el paréntesis y apago la luz.
Un cigarro, por favor.

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