Las calles vacías de la madrugada.
El empedrado en desnivel y mi andar descalzo.
Un pasaje, un tren, un perderse corto.
La lluvia golpeando con fuerza los cristales.
El tacto de la piel de otro, la humedad del tango.
Y vibrar hasta con los olores.
Volver a encontrarme sintiendo lo mismo
que cuando cantaba en los bares.
La luz de luna por dentro.
El buen humor reiterado.
Y este gusto por la expresión, mi mejor conjuro a la soledad.
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