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22 octubre 2010

La cicatriz (V). "Las letras de Sofía"

Hoy llueve.
Suspendida en el aire, unas sogas me sujetan las extremidades y van a parar a una estructura metálica a modo de dosel.
Las cuerdas tiran de mis miembros mientras dos hombres jóvenes me sonríen e intentan ser amables. No puedo mirarlos a no ser que se asomen hasta mis ojos, no puedo moverme y me siento entumecer.
Estoy desnuda y me muero de vergüenza. Ambos se pasean a uno y otro lado de mi cuerpo, me van envolviendo con bandas de escayola mojada.
Todo huele a humedad, estoy mareada. Alguna clase de artilugio, a modo de bozal, me sujeta del mentón hacia atrás, manteniéndome totalmente recta en el vacío.
-Bueno, petisa. Esto ya está.-oigo decir a uno de ellos- Falta que se seque un poco y venimos a buscarte.
Pero no vuelven, y el tiempo es ahora un enorme reloj quieto colgando en la sala de enyesado.
Tengo frío, tengo frío...Y la lluvia es una losa de espera silenciada.
Durante tres días mi madre me pasea en camilla por los pasillos externos del hospital Garrahan. El vaho del ambiente en Buenos Aires no permite que la escayola seque y endurezca. Así que ella me coloca al resguardo de la lluvia y descorre las sábanas para que el aire haga su trabajo.
Soy una frágil prisionera llena de humedades y picores, embutida en un armazón que se va volviendo rígido y opresor mientras se suceden las horas. Mi espíritu ha aprendido a tener miedo y cuando alguien se me acerca no puedo evitar preguntar qué me van a hacer.
Pero quien viene es Sofía, que me trae lápices de colores y hojas para pintar. Nos hicimos amigas desde que llegué al hospital. A veces cantamos alguna canción de moda, me enseña las letras y la melodía. Otras veces me regala cosas. No me atrevo a decirle que algo de lo que me muestra me gusta, porque enseguida me lo obsequia.
Es unos años mayor que yo, cabello rubio y sonrisa puesta a todas horas. Lleva varias operaciones a cuesta. Camina con dificultad y tiene el cuerpo raro, enjuto, encorvado. Nunca me atreví a preguntarle por qué dejó de crecerle. Nunca hablamos de lo que nos hacen o de la razón de estar allí.
Sofía y yo compartimos el idilio con los libros. Nos gusta estar juntas e irnos volando de aquellas paredes mohosas y lúgubres. Ella corre por prados, vestida de princesa, el cabello le ha crecido y....
Yo le cuento, ilusionada, que en cuanto mi caparazón haya terminado su proceso, inicio el viaje de vuelta a casa. Y Sofía disimula que está triste.
Durante mucho tiempo guardé un minilibro de "La bella durmiente" que ella me dio. Se despidió emocionada cuando yo estaba lista para irme y anotó una dirección postal en su interior.
Le escribí varias veces.
De mayor me enteré por qué nunca pudo contestar mis cartas.

Imágen: Joe Sorren 

4 comentarios :

J.J. Jacobo dijo...

Cada vez que leo algo tuyo termino emocionado. Es una pena que no te prodigues más, porque nos estamos perdiendo a una gran escritora, es una parte de tí que sacas demasiado de tarde en tarde a relucir.

Lunska Nicori dijo...

¡Dios mío! Hacía tiempo que no leía algo parecido. Me parece fantástico, fantástico. Te echaba de menos, ¿cómo puede ser si estamos tan cerca? Caramba con el tiempo que se escapa, y sin embargo lo hace hacia un destino inquieto en el que a veces no se puede coincidir...
Fantástico, Clo, fantástico!!
Un montón de besos.

Claudia Souza dijo...

Maquinista: parezco un disco rayado pero gracias, otra vez, por tus palabras, por leer lo que escribo y por tus elogios. Si digo que el tiempo es como andar con un niño de la mano, que muchas veces tiras de él para que avance y otras, corres detrás porque se escapa, en este momento mi tiempo es a quien persigo.

Claudia Souza dijo...

Querida Lunska, yo también te echo de menos, sobre todo tener tiempo para recrearme en tus escritos. Tú también tienes ahora un proyecto entre manos que te absorve las horas y no puedes dispersarte. Pero de eso se trata, en parte, esta pasión por las letras. En que por más que una meta retarde otras, volvemos a la auténtica porque no aguantamos más.
Un montón de abrazos!!!!!