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29 junio 2010

La Cicatriz (IV). "Adiós al trono"

Ahora estoy temblando, otra vez la luz potente encima de mi cara. Una vez más el recuento...
Abro los ojos mientras me conducen por el pasillo. Los vuelvo a abrir en la pequeña habitación con cuatro camas.
No recuerdo más que un dolor intenso, agudísimo en mi espalda. Mil cuchillas me cercenan.
Instintivamente toco mi cabeza y vuelve el horror. Aún no me han quitado la corona ni los clavos.
Me hablan, me miran, me acarician. Yo sólo siento un dolor inaguantable.
Mi cama ya no es mi cama. Estoy encima de una mesa con ruedas, al menos eso se me antoja. No tengo colchón ni almohada. Estoy desnuda debajo de una fría sábana, y el tormento punzando a la intemperie.
No sé cuántos días pasan hasta que el dolor mitiga y se vuelve un mal recuerdo.
Soy feliz pensando que todo está en su sitio, que sólo queda volver a la luz potente y contar hacia atrás para despertarme sin la tortura de las pesas, reponerme y volver a casa. Las barras de Harrington habitan ya en mi cuerpo, los ganchos bailotean con mis vértebras.
He dejado hacer a todo el mundo, no he pedido explicaciones por nada, ni siquiera por cada tormento al que me someten sin previo aviso. Pero ya conozco yo la antesala a lo inminente. Es como ese silencio abrupto en la calle, ese que precede al semáforo a punto de ponerse en verde para que el peatón cruce.
Hay dos enfermeras colocando biombos alrededor de mi cama. Intuyo que no vienen a la cura diaria.
Aparece un médico con otra enfermera que va acercando un carro con material hacia mí. Intento mirar desesperada, necesito saber cómo son los instrumentos de tortura que utilizarán. No soy capaz de increpar a nadie, entonces no tengo edad para eso, me retuerzo en la cama todo lo que puedo para que no me toquen, pero sólo atino a mover los brazos.
Me ahogo entre tanta gente alrededor de mi pequeño espacio.
-Llama a tu amiga, mamá, por favor! Llama a tu amiga!-.
No recuerdo su nombre, pero es muy cariñosa conmigo.
Mi abuela Claudina solloza en un rincón, se repliega y mira hacia otro lado.
Mamá corre a buscar a quien llamo. Es una mujer joven y rubia, madre de otro niño hospitalizado.
La amiga de mi madre entra corriendo y se pone a mi lado, me sostiene la mano con fuerza.
El médico le ordena a mi madre ponerme un trapo en la boca. A mi no se me ocurre cuestionar nada, ni siquiera por qué no cuestiona ella. Una vez más me veo entregada, impotente, intentando prepararme para el dolor, que es lo único que he aprendido a avecinar.
Mis gritos se ahogan debajo del trapo, incluso antes de que me toquen. Me sujetan las piernas, rompo a llorar. Y el dolor aparece cuando empiezan a quitarme los clavos de las rodillas. Me falta el aire, me sobra el miedo. Tengo frío, tengo diez años y estoy sola.
Una rara sensación me va inundando. Por primera vez en tanto tiempo, las piernas están livianas y consigo moverlas un poco. Los gritos se van aquietando.
El médico se acerca hasta mi cara, intenta tranquilizarme. En el fondo de mi corazón sé que no quieren hacerme daño, que tengo que pasar por eso irremediablemente. Me sujetan los brazos y empieza el forcejeo, pronto comprendo que si me quedo quieta no duele. Como por arte de magia el médico me enseña mi corona, ya no reina en mi cabeza de princesa de cuento de ogros.

Me quito el trapo de la boca, me sereno, y un suspiro nervioso esboza una sonrisa.

Imágen: Joe Sorren. "Anthología"

24 comentarios :

J.J. Jacobo dijo...

Me gusta especialmente el tempo marcado para expresar cada sensación. Desde los párrafos de apenas línea y media, con ráfagas de miedo, angustia dolor, a la progresiva consecución de la tranquilidad (que no de la felicidad), con una visible fluidez de los acontecimientos en tus palabras.
Echo de menos tus textos, así que sería una alegría que te prodigaras un poco más.
Por cierto, para mí eres princesa de cuento de hadas. Al menos, de mi cuento de hadas.

Anónimo dijo...

Hola Clo.
Supongo que fueron estas vivencias entre muchas otras las que te convirtieron en la mujer sensible y de gran fortaleza que conocemos hoy. ¿Los metodos no eran muy ortodoxos no? Un relato muy bien descrito, con ese estilaso que te caracteriza.
Un besazo desde el otro lado de las vías.

Sergio C.

Claudia Souza dijo...

Maquinista: muchas gracias por tus palabras, por hacerte siempre un hueco y parar en mis andenes. Las hadas no existen, ni los ogros, ahora no. Sin embargo cuando se es niño todo se colorea con fantasía, según mi aspecto exterior así me sentía, llena de artilugios raros por todo el cuerpo. Tengo que terminar esta historia, es una especie de catarsis para mi. De nuevo, muchas gracias.
Besos.

Claudia Souza dijo...

Hola Sergio: gracias por tus palabras. Los métodos, ojalá y supongo, habrán cambiado. Supongo que además de la ciencia, la psicología estará aportando cosas para que preparen y acompañen a los niños hospitalizados. Al menos ese es mi gran deseo. Tengo entendido que el nuevo hospital de niños de Buenos Aires, tiene otras condiciones, incluso hay albergues construídos para los padres que tienen que permanecer mucho tiempo con sus hijos ingresados. Por lo menos no tienen que pasar las noches en una tumbona, como les tocó a las madres, en aquellos años.
Otro besazo para vos desde este lado de las vias.

J.J. Jacobo dijo...

Yo discrepo totalmente acerca la existencia de hadas y ogros. Ambos residen en el epicentro de nuestra imaginación, sólamente tienes que cerrar los ojos y llamarlos con el corazón. Miles de historias quedan por escribir acerca de hadas y ogros. Si no lo crees, acércate de vez en cuando por mis andenes y los podrás ver pululando entre vagones viejos y oxidados, librando batallas por secuestrar princesas y liberarlas con toques de varita mágica. Igual te sorprendes a lomos de un inmenso dragón. Real como la vida misma.

Isabel Martínez Barquero dijo...

"Me falta el aire, me sobra el miedo".
Impresionante tu relato. Desgarra, te lo aseguro.
Menos mal que, nombrando los miedos que se nos han quedado impregnados en el ejercicio del vivir, los espantamos un poco, aunque sea un poco.
Un saludo.

Claudia Souza dijo...

Isabel:es importante, como dices, nombrar los miedos, sacarlos afuera y mirarlos de frente. Aunque sea incómodo, es un ejercicio imprescindible, al menos para mi, sin regodeos, simplemente conectar desde la distancia y volver a vernos, ahora con otros ojos, para por fin desterrarlos.
Gracias por estar ahi.
Abrazos.

Laura Caro Pardo dijo...

Me ha impresionado la vida dura del hospital desde los ojos de una niña, es impresionante tu capacidad de transmitir.
Te sigo.
Saludos

Claudia Souza dijo...

Laura: muchas gracias por dejar tu huella y por tu apreciación. Quizá no me cuesta transmitirlo porque no es una historia inventada, es lo que viví.
Me gustaría visitar tu blog, pero no aparece en tu perfil.
Un abrazo, gracias por quedarte.

Jorge Torres Daudet dijo...

Claudia, casi me duele a mí; he sentido el pánico que transmitías.
A ver si no se me pasa inadvertido y te leo la historia completa.
Un beso.

Claudia Souza dijo...

Gracias, Jorge: intentaré ser más suave en la siguiente entrega, pero es que ese momento lo recuerdo muy vivamente. Gracias por tus palabras. Otro beso para ti.

Anónimo dijo...

Hola Corazón. Se que cuando te leo me haces entristecer, porque todo lo viví. Tal vez desde otro lado, creo que solo por verte sufrir.Se que, seguro, te hace bien alivianar tus recuerdos,pero debes tener cosas tan lindas para contar, recuerdos y vivencias de amores y familia, que recordar esos tiempos, ya no sea necesario...Ya no quiero seguir llorando cada vez que me animo a leerte. Cambiá la postura y tratá de encontrar esas vivencias que tanto nos hacían felices. Un beso no me alcanza, pero voy a pensar que estas cerquita y que mañana tal vez, tomemos unos mates juntas. Te extraño
Marcel

Claudia Souza dijo...

Marcel, mi vida: soy libre para contar todo lo que me apetezca contar, te entristezca o no. Claro que estoy llena de recuerdos amables y felices, pero esta experiencia, tan importante, también forma parte de mí. No hay dolor alguno, sólo recuerdo y comparto.
Vas a ver que en cuanto menos lo esperes, estamos juntas saboreando esos mates y riéndonos mucho, como siempre.
Clo.

Claudia Souza dijo...

Y tranquila, cuando publique la entrega final te vas a sentir igual de feliz que me sentí yo. Las dos sabemos que esta historia terminó bien.
Besos y abrazos inalcanzables.

Maria Eugenia dijo...

Poder expresar el dolor con pasión y con palabras. Es es una gran capacidad que no todos poseemos.
Un gusto haber dado con tu blog.
Besos de esperanza

Claudia Souza dijo...

Muchos más besos para vos, Saltar del tren. Serás muy bien acogida en mis andenes cada vez que quieras apearte. Gracias por tus palabras.
Un abrazo.

El angel al filo de la navaja. dijo...

conmovedor y magnifico, tan real como la vida misma y tan bien escrito como una joya.
Un saludo.

Claudia Souza dijo...

Gracias Nines! Si, real, la vida misma. Por cierto, me gustó mucho tu última entrada "espacio".
Un abrazo.

Juan Antonio dijo...

Impactado escribo estas breves líneas, el alma encogida, aun late entre mis manos el corazón dolorido. Solo alguien que ha vivido el dolor de cerca es capaz de describirlo de esta manera, un dolor que duele al ser leido, magistralmente expresado. Impactado sigo, conmovido, me voy sacando las astillas del pecho una a una. Un abrazo compañera

Claudia Souza dijo...

Juan Antonio: muchas gracias por tu visita. Un abrazo para ti!

Tropiezos y trapecios dijo...

Buff...me ha impresionado sobremanera la forma de relatar que tienes. Real o no, he podido vivirlo en todo momento, he incluso he sentido la angustia.

Al final, después de tanta tempestad, siempre llega la calma.

Un saludo.

Oski

Claudia Souza dijo...

Gracias por tu viraje, Oski.
Un abrazo.
Clo.

eclipse de luna dijo...

Un relato que me hizo sentir la angustia en mi persona...

Un besito y una estrella.
Mar

Suerte en el concurso.

Claudia Souza dijo...

Hola Eclipse: muchísimas gracias por tu visita y deseos.
Un abrazo.